Hace siete años, Felipe Gonzalez fue entrevistado en ‘Informe semanal’ por los 22 años del referéndum de la OTAN. Esta fue su respuesta:
Fue un error serio. A los ciudadanos no se les debe consultar si quieren estar o no en un pacto militar. Eso se debe llevar en los programas y se decide en las elecciones. (…) Con la perspectiva de los años, España está donde tiene que estar.
Hay determinados asuntos que no se pueden dejar en manos de los ciudadanos, pues solemos tener una opinión sobre cualquier cosa, sesgada casi siempre. Un referéndum como el que plantea ahora Grecia es, de fondo, un fraude a la democracia.
Yannis Varoufakis ha escrito en Twitter que
La democracia necesita un impulso en asuntos relacionados con Europa. Lo hacemos. Que decida la gente. (¡Curioso lo radical que suena este concepto!).
A. le ha preguntado:
¿Cree que la mayoría de la gente va a tener idea de lo que va a votar?
A lo que el ministro de Economía griego ha contestado:
Una pregunta preñada de desprecio por la democracia.
La pregunta es pertinente. Una duda razonable. El tema es de una enorme complejidad y del que se pueden derivar consecuencias muy graves. Si los expertos no se ponen de acuerdo en el abismo griego, ¿qué sentido tiene preguntar a los inexpertos? Es como tirar una moneda al aire. El clima visceral, nada reposado, tampoco ayuda a una decisión meditada. La respuesta de Varoufakis hace pensar que, en efecto, es consciente de que la gente no sabe bien las consecuencias de lo que va a votar. Y un referéndum sólo es legítimo si se facilita toda la información y la población es plenamente consciente de lo que vota.
El gobierno griego pretende utilizar un instrumento de la democracia como el voto para convertirlo en la abdicación de sus responsabilidades: que decida la gente. En las democracias representativas elegimos (¡y pagamos!) a nuestros políticos para que hagan su trabajo, delegamos en ellos las decisiones que tomaríamos.
Pocas veces hemos sido testigos de tamaña irresponsabilidad. El referéndum del presidente griego parece desligar al gobierno de las consecuencias y, por tanto, de sus obligaciones. Pero a Tsipras se le paga para que decida sobre estas cuestiones, no para que se parapete tras la gente en nombre de la democracia.
La idea infantil de los pueblos, una especie de colectivo consciente de sí mismo que nunca se equivoca, ignora que los pueblos también se suicidan. Que pregunten en Venezuela.