Nasciturus, nascituri (III): La trampa del nasciturus


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Ya señalé en el primer artículo de esta serie lo curioso que resulta que en una ley del aborto se defina al feto como ‘nasciturus’, pues el significado de esta palabra, ‘el que nacerá’, contradice su intención, que es la de que algunas personas nazcan y otras no. Para ser exactos, ‘nasciturus’ aparece tan sólo una vez en el texto de esta ley y ni siquiera de manera directa, sino en una cita que se hace de una sentencia del Tribunal Constitucional:

En el desarrollo de la gestación, «tiene –como ha afirmado la STC 53/1985– una especial trascendencia el momento a partir del cual el nasciturus es ya susceptible de vida independiente de la madre».

Me gustaría ahondar un poco en este asunto:

La sentencia constitucional STC 53/1985 a la que se hace alusión daba el visto bueno a la despenalización del aborto en tres casos particulares: grave peligro de vida o salud física y psíquica de la embarazada, violación y, finalmente, graves taras físicas o psíquicas del feto. En todo momento se procuraba dejar bien claro que el estado debía proteger la vida del feto y que sólo en esos casos se abstendría de actuar. En este sentido la sentencia utilizaba el término ‘nasciturus’ con toda propiedad e intencionadamente (hasta 71 veces, si mi ordenador no falla), pues dada la excepcionalidad de esta medida, lo más importante seguía siendo que el nasciturus pudiera efectivamente nacer.

Con todo, se caía de nuevo en la tentación de intentar definir la vida humana aunque sin poder llegar a nada en concreto, como es natural. Pues, si no existe un criterio científico para definir el concepto de humanidad, mucho menos otro legal, así que cualquier definición legal de ‘vida humana’ que no sea en sí misma una declaración de principios -es decir, de creencias fundamentales- se quedará tan sólo en la mera descripción de obviedades. En este caso lo que se decía era que la vida es «un concepto indeterminado», y la vida humana en particular un «devenir, un proceso que comienza con la gestación, en el curso de la cual una realidad biológica va tomando corpórea y sensitivamente configuración humana». Se indicaba además que en ese proceso adquieren especial importancia dos momentos: el nacimiento y el momento en el que el feto es viable, (aunque sin explicar por qué). Finalmente, se admitía que la gestación genera un «tertium existencialmente distinto de la madre».

El sentido general se entiende enseguida: el feto tiene vida humana desde el principio de su gestación y, de acuerdo con el resto de la sentencia, ésta debe ser protegida. Pero el caso es que, cuando uno intenta leer con más atención qué tiene de especial esta vida, las cosas se vuelven confusas. Así, la condición humana del feto, su individualidad e incluso su propia vida no quedan claramente definidos al utilizar términos tan poco precisos como ‘indeterminado’, ‘devenir’, ‘proceso’, ‘realidad biológica’, ‘configuración humana’ y ‘tertium’ (en lugar de sujeto o persona) que, lejos de establecer las cosas de una vez por todas lo que hacen es lanzarlas de nuevo al aire para que cada cual las recoja a su manera. Esto, y no otra cosa, es lo que ha hecho la ley del aborto de 2010 acabando de una vez por todas con esa ambigüedad: en ella la vida del nasciturus sólo resulta relevante a partir del momento en que es viable. Y con esta intención se cita fuera de contexto la frase que acabamos de ver, porque es la que más interesa, traicionando así el verdadero sentido de toda la sentencia.

No se puede obviar, sin embargo, que esos tres casos contemplados por la sentencia significaban ya un pequeño agujero, una trampa por la que se podían colar otras muchas ‘excepciones’. Pues, si no se entiende que la vida del feto es un derecho fundamental, vida humana plena y absoluta, sino que tan sólo se la ve como el comienzo de un ‘proceso de configuración humana’ ¿cómo se puede entonces ponderar su importancia frente a los derechos fundamentales de quienes ya han nacido? Más aún, ¿qué es eso de la configuración humana? ¿El hecho de que le salen piernas y brazos al nasciturus, o de que por fin tenga un cerebro? ¿Y cuándo empieza un cerebro a ser humano? ¿Acaso no tienen los animales cerebro? Como vimos en la anterior entrada, lo mismo podría decirse de la vida de un niño de ocho años, la de un adulto de cuarenta o la de cualquier otra persona, dado que en todos ellos la vida se puede entender también como un ‘proceso de configuracíon humana’.

Lo cierto es que, en términos humanos, la única diferencia que existe entre un feto y una persona que ha nacido es el hecho de que a una se le conceden derechos mientras que al otro no. Tan sólo, y no en todos los casos, se lo protege a las catorce semanas de gestación. De esta manera el feto es en sí mismo todo él una enorme excepción para las leyes, y lo mismo se puede decir de su vida. Mientras se está gestando, el nasciturus es una especie de entidad extraña, un extranjero al que se puede aceptar en nuestra sociedad moderna o, finalmente, deportar al limbo.

Hecha la ley, hecha la trampa… La trampa del nasciturus.

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Nasciturus, nascituri (II) Criterios de humanidad


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Uno de los puntos principales, si no el más importante, del debate entre abortistas y antiabortistas es el de cuándo y cómo se puede determinar que un embrión sea una persona. Para las organizaciones antiabortistas el embrión debe ser considerado persona desde su concepción, adquiriendo en ese mismo instante el derecho a la vida. Tradicionalmente, sin embargo y como consecuencia del Derecho Romano (Digesto 1.5.7) , se considera al bebé como sujeto jurídico sólo desde el momento en que nace, aunque se entienda que, a modo de protección, pueda recibir ese privilegio antes del mismo. A partir de finales del siglo XX, el derecho a la intimidad de la persona en cuestiones de sexualidad y maternidad ha terminado por prevalecer parcialmente frente a esa protección. En los Estados Unidos, por ejemplo, se puede abortar libremente durante los tres primeros meses de gestación, antes de que el feto sea viable, y en España, tras la ley de 2010, durante las primeras catorce semanas.

Bajo mi punto de vista, el desinterés que en general se demuestra ante un tema como este del aborto libre -aunque sea libre sólo durante un periodo determinado- resulta extraordinario, sobre todo por las posibles consecuencias de estas leyes, y sólo puedo entenderlo como el producto de una especie de letargo moral en la sociedad actual, tan sólo dispuesta a escandalizarse con aquellos asuntos que le sean dictados por el espíritu del momento, o, en definitiva, como un hastío frente a ciertos debates que acaban siendo exclusivamente ideológicos y están salpicados de intereses particulares.

Confieso que hasta hace bien poco yo también formaba parte de los que prefieren no tener una opinión al respecto. Le debo sin embargo a la antigua ministra de Igualdad, Bibiana Aído, el favor de que me obligara a tomar partido con su famosa y desafortunada declaración de que un feto de menos de trece semanas es «Un ser vivo, claro; lo que no podemos hablar es de ser humano, porque eso no tiene ninguna base científica».

Esta declaración fue realizada en la cadena Ser el 19 de mayo de 2009. Semejante torpeza puso en evidencia el tipo de pensamiento que puede colarse, y que de hecho se cuela, en esta clase de leyes. Por entonces yo me encontraba leyendo Maus, el famoso cómic sobre Auschwitz. En él, justo al comienzo, puede encontrarse uno con la siguiente cita de Hitler: «Sin duda los judíos son una raza, pero no humana». Me pareció evidente que el parecido de ambas frases era mucho más que fortuito y que no hacía falta comparar a Bibiana Aído con Hitler para darse cuenta de que su razonamiento, por mucho que fuera inconsciente, seguía un camino ideológico paralelo.

Pues, si bien es cierto que no hay ninguna base científica para considerar que un feto menor de trece semanas sea humano, tampoco lo hay para decir que no lo es. Es más, ni siquiera existe un argumento que pueda probar con total certeza que un feto de más de trece semanas lo sea; o por decirlo ya de una vez por todas, no existe manera científica de probar que nadie, ni siquiera una persona adulta, lo sea. Todavía no se ha llegado a un acuerdo acerca de qué es lo que define la humanidad, ni es probable que la ciencia llegue a dar con ello, dado que no se trata de una cualidad determinada de la fisiología humana, ni de un comportamiento concreto que impregne el carácter de cada sujeto, ni de nada por el estilo que pueda ser cuantificable de una u otra manera, sino de algo esencial, de un hecho absoluto que radica en la existencia de la persona y la dota de un significado. Y esto es así porque el criterio de humanidad no es un criterio científico sino de otro orden diferente, y que está muy por encima de la ciencia: este es un criterio moral y filosófico, un criterio humano en el sentido más amplio de la palabra.

Si el espíritu de las leyes hubiera de ser regido exclusivamente por dictámenes científicos, ninguna muerte podría ser definida como asesinato. Naturalmente, sería el poder político quien se encargaría de ‘aclararlo’.

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Nasciturus, nascituri


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Como mi buen amigo Antonio me ha dado licencia para escribir en este blog acerca de cualquier tema que me apetezca, me encuentro en la misma situación que muchos de mis alumnos de Plástica cuando les doy permiso para hacer un dibujo libre, los cuales, agobiados ante tanta libertad, no saben qué tema elegir. Su primera reacción es la de pedirme que les ayude a encontrarlo, pero como yo no tengo ni gota de imaginación, al final logro convencerles de que son ellos los que deben buscarlo por su cuenta, pues siempre lo harán mucho mejor que yo. Y es verdad, siempre lo hacen; hay que confiar en ellos. Pues bien, lo mismo le ha ocurrido a Antonio conmigo, por lo que no me ha quedado más remedio que ponerme a buscar tema.

Quizás podría dejar caer alguno de mis pensamientos sobre el 11-M pero, aparte de estar muy mal informado acerca de un asunto tan importante -como el 100% de la población española- éste parece ser muy controvertido, y creedme cuando os digo que no soy un hombre al que le guste avivar la polémica. Luego he pensado en las víctimas de ETA, pero me he dado cuenta de que también es un tema muy espinoso y difícil de abordar. Al final he decidido hablar sobre el aborto. Efectivamente, eso del aborto en España debe de ser una cosa ligera y fácil de tratar porque, o bien se suele estar de acuerdo con que se practique moderadamente o, simplemente, se prefiere no tener una opinión al respecto. Todo ello me da una libertad de movimiento impresionante (vamos, digo yo).

La ley orgánica que regula en España el aborto desde 2010 define al feto como nasciturus. Esto ha llamado mucho la atención desde el primer momento. Y la verdad es que a mí también me ocurrió porque, sin ser ningún experto, me gusta mucho el latín. ‘Vaya, qué interesante, resulta que esta ley sobre el aborto ha dado a luz una nueva palabra’. Naturalmente, esto no es así, pues el término ya existía antes.

‘Nasciturus’ es un participio futuro, como también ocurre con ‘futurus’, que lo es del verbo ‘sum’ (ser) y que significa literalmente ‘lo que será’. El nasciturus es entonces ‘quien nacerá’. Así pues la ‘Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual reproductiva y de la interrupción del embarazo’ regula cómo algunos de los que nacerán no nacerán. Nasciturus pertenece además a la segunda declinación (nasciturus, nascituri), lo cual, dicho sea de paso, lo convierte en una inconveniencia porque la segunda declinación es eminentemente masculina. Sería mas adecuado, en este caso, hablar del ‘nasciturus’ y la ‘nascitura’ (o, en su defecto, del feto y la feta) a no ser que se esté contemplando la discriminación positiva entre nascituri y nasciturae, lo cual a lo mejor sí que es conveniente. Queda, eso sí, la opción de llamarlos nascitur@ (apunto esto último como una posible solución alternativa).

Sin embargo ni siquiera esto simplifica las cosas, puesto que en el latín la distinción de géneros entre sustantivos suele aplicarse preferentemente a los seres humanos, y parece ser que una de las intenciones de esta ley es la de aclarar que no está claro que el nasciturus sea humano, dado que antes de cierto número de semanas todavía no lo es, mientras que después del mismo se metamorfosea y por fin lo consigue. En todo caso, sí que parece haber consenso en que antes de la metamorfosis el nasciturus es ya ‘todo un ser’, alcanzando el deseable estatus de existencia. Así que podría decirse, para intentar aclararnos, que en realidad se trata de algo así como un ‘humanurus’.

Con la intención de simplificar las cosas, yo sugeriría que antes de la decimocuarta semana de gestación al ‘nasciturus’ se lo llamara simplemente ‘nasciturum’, utilizando el género neutro. O bien, finalmente, que se acuñara un nuevo término que englobara a la vez los dos géneros, como ocurre con muchas palabras que aluden a seres que no son (o no han llegado todavía a ser) humanos; por ejemplo con el hermoso vocablo ‘canis’, que como todo el mundo sabe significa ‘perro’.

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Pensamientos teledirigidos


Salvados FinlandiaDesde hace ya mucho tiempo no veo ni un solo programa de televisión, ni siquiera los telediarios (éstos últimos intento evitarlos como la peste) y me limito a disfrutar de vez en cuando de alguna buena película en DVD. Creo que jamás he tomado una decisión más saludable en mi vida. Ni fumo, ni bebo ni veo la televisión y, de estas tres cosas, la última es sin duda la mejor.

No obstante, y gracias al consejo de un buen amigo mío, el domingo pasado decidí echar una canita al aire viendo el primer programa de la nueva temporada de ‘Salvados’.

Dios mío.

No digo yo que ‘Salvados’ no sea lo que hoy se entiende como un buen programa; como he perdido la práctica de ver la televisión no me siento con la suficiente confianza como para establecer un criterio. El caso es que dio la casualidad de que se ocupaba de la educación pública española y, dado que soy profesor de la Comunidad de Madrid, le tomé cierto interés.

Básicamente, el programa consistía en realizar una investigación mediante varias entrevistas. Primero se entrevistaba a un catedrático de la Universidad de La Coruña y a algunos profesores de un colegio público en Barcelona y luego, tras un rápido viaje a Finlandia, a dos profesoras nativas y a algunos españoles que se encontraban por allí trabajando.

He de decir que, efectivamente, la educación finesa debe de ser extremadamente buena, tal y como asegura el informe PISA, puesto que una de las entrevistadas, una profesora de español joven y guapa, hablaba nuestra lengua impecablemente bien; vamos, de hecho la hablaba mucho mejor que los profesores españoles. Por lo demás, y bajo mi punto de vista, las preguntas estuvieron bastante bien escogidas, y desde el primer momento quedó meridianamente clara la tesis fundamental de la investigación: si el gobierno español invirtiera más dinero en la enseñanza pública, otro gallo nos cantaría. Todo el mundo en el programa pareció estar de acuerdo.

Ha llegado sin embargo a mis oídos un caso sorprendente de rebeldía ideológica. Raúl, el dueño de la cafetería del instituto de San Martín de Valdeiglesias, se ha atrevido a pensar de forma diferente a la de los profesores del programa. Y yo quisiera dejar aquí constancia de semejante suceso, sin otra intención que la de… en fin, pues eso, dejar constancia (desde aquí he de advertir que Raúl es del Atletico de Madrid):

Se planteaba el difícil problema de un chaval que está todo el día de peyas o, como se dice ahora, de un alumno que tiene un alto nivel de absentismo. El padre, que recibe puntualmente los avisos de las faltas a través de SMS, se presentó indignadísimo en el instituto: «Mi hijo no falta nunca a clase». Ante lo cual hubo que montar enseguida una reunión o comisión o delegación o vaya usted a saber qué demonios para solucionar o mediar o llevar a buen término semejante conflicto. Raúl, sin embargo, planteó una solución mucho más directa. «A este chico lo que habría que hacer es correrle a hostias hasta llegar a su casa preguntándole: ¿por qué has faltado, eh? ¿Por qué?».

El método, según Raúl, es ciertamente tan eficaz como el finés, pero además tiene la ventaja de ser mucho más barato.