Desde hace ya mucho tiempo no veo ni un solo programa de televisión, ni siquiera los telediarios (éstos últimos intento evitarlos como la peste) y me limito a disfrutar de vez en cuando de alguna buena película en DVD. Creo que jamás he tomado una decisión más saludable en mi vida. Ni fumo, ni bebo ni veo la televisión y, de estas tres cosas, la última es sin duda la mejor.
No obstante, y gracias al consejo de un buen amigo mío, el domingo pasado decidí echar una canita al aire viendo el primer programa de la nueva temporada de ‘Salvados’.
Dios mío.
No digo yo que ‘Salvados’ no sea lo que hoy se entiende como un buen programa; como he perdido la práctica de ver la televisión no me siento con la suficiente confianza como para establecer un criterio. El caso es que dio la casualidad de que se ocupaba de la educación pública española y, dado que soy profesor de la Comunidad de Madrid, le tomé cierto interés.
Básicamente, el programa consistía en realizar una investigación mediante varias entrevistas. Primero se entrevistaba a un catedrático de la Universidad de La Coruña y a algunos profesores de un colegio público en Barcelona y luego, tras un rápido viaje a Finlandia, a dos profesoras nativas y a algunos españoles que se encontraban por allí trabajando.
He de decir que, efectivamente, la educación finesa debe de ser extremadamente buena, tal y como asegura el informe PISA, puesto que una de las entrevistadas, una profesora de español joven y guapa, hablaba nuestra lengua impecablemente bien; vamos, de hecho la hablaba mucho mejor que los profesores españoles. Por lo demás, y bajo mi punto de vista, las preguntas estuvieron bastante bien escogidas, y desde el primer momento quedó meridianamente clara la tesis fundamental de la investigación: si el gobierno español invirtiera más dinero en la enseñanza pública, otro gallo nos cantaría. Todo el mundo en el programa pareció estar de acuerdo.
Ha llegado sin embargo a mis oídos un caso sorprendente de rebeldía ideológica. Raúl, el dueño de la cafetería del instituto de San Martín de Valdeiglesias, se ha atrevido a pensar de forma diferente a la de los profesores del programa. Y yo quisiera dejar aquí constancia de semejante suceso, sin otra intención que la de… en fin, pues eso, dejar constancia (desde aquí he de advertir que Raúl es del Atletico de Madrid):
Se planteaba el difícil problema de un chaval que está todo el día de peyas o, como se dice ahora, de un alumno que tiene un alto nivel de absentismo. El padre, que recibe puntualmente los avisos de las faltas a través de SMS, se presentó indignadísimo en el instituto: «Mi hijo no falta nunca a clase». Ante lo cual hubo que montar enseguida una reunión o comisión o delegación o vaya usted a saber qué demonios para solucionar o mediar o llevar a buen término semejante conflicto. Raúl, sin embargo, planteó una solución mucho más directa. «A este chico lo que habría que hacer es correrle a hostias hasta llegar a su casa preguntándole: ¿por qué has faltado, eh? ¿Por qué?».
El método, según Raúl, es ciertamente tan eficaz como el finés, pero además tiene la ventaja de ser mucho más barato.