Sus titiriteros


Captura de pantalla 2016-02-10 a las 21.04.56.pngDice Savater que si el títere ahorcado hubiera sido un okupa en vez de un juez, Podemos y alrededores no se llenarían estos días de libertad de expresión. Tiene parte de razón. Colau no habría defendido a los titiriteros desde el principio, e Iglesias no habría llevado la contraria a Bescansa, uno desde los Goya, otra desde La Sexta. El Ayuntamiento de Madrid, después de presentar una denuncia contra los actores, no habría sentenciado que «la ficción no es delito».

La verdad es que lo que les ha pillado por sorpresa no es la falta de gusto o de calidad de la representación, sino que la programaran para niños, por mucho que una hora antes del inicio de la función, desde el Facebook de los carnavales, se avisara de que era para adultos. No es la primera vez que el consistorio manda un aviso 2.0 y luego intenta lavarse las manos.

Ampliemos a otros delitos susceptibles de ser representados: violencia de género, abusos sexuales, palizas a inmigrantes. Los abogados de los titiriteros han utilizado Crimen y Castigo y ‘Rambo’ como defensa: son creaciones artísticas con escenas violentas. Monedero se ha quejado en vídeo: los mismos que trinan contra los actores, no lo hacen contra una representación de Luces de bohemia. Esta lógica absurda es la misma que, dada la vuelta, llevaría a señalar ‘La lista de Schindler’ como apología del Holocausto porque aparecen nazis.

Y es que han abierto un debate donde no lo hay: el problema de la obra no es de libertad de expresión. Y no lo es porque no pocas obras de ficción contienen una serie de valores, más o menos moralizantes. Dependen de esos valores que destilen. No es lo mismo una obra donde se observa la crudeza de la violencia doméstica y transmite valores para concienciar y prevenirla, que una obra donde se justifique la obediencia a golpes de la mujer. Los mismos que defienden a los titiriteros, bramarían contra una obra que hiciera apología del franquismo. Y tendrían razón. A Juan Diego Botto no se le ocurriría decir que «la ficción es un territorio de reflexión supuesto y sublimado en el que lo que acontece no es ‘la realidad’ sino una representación imaginada de la misma, por más realista que sea la pieza».

Los titiriteros han justificado la pancarta de la obra, y ésta no tiene pinta de haber cometido más delito que el del mal gusto. Pero que no se equivoquen Iglesias y compañía, la libertad de expresión, incluida la creativa, tiene límites. La utilizan como coartada porque su arma favorita es blandir los derechos fundamentales frente al Estado represor. Por eso y para obviar un fondo mucho más simple: defienden a estos titiriteros no porque el ahorcado sea un juez, la apuñalada una monja y la víctima una anarquista, sino porque los autores son de los suyos.

De orden público


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Defiende Ada Colau a Artur Mas de las palabras de ayer de Rajoy:

Plantear la democracia como una cuestión de orden público genera tensión innecesaria. (…) La democracia es que la ciudadanía pueda ejercer su derecho a decidir y que esto no debería ser un problema.

Sus dos frases resumen el problema fundamental de la alcaldesa de Barcelona: La democracia lo es todo sobre orden público, de eso trata, precisamente, la convivencia pacífica; del respeto a las leyes. La reducción a lo absurdo de la alcaldesa equivale a culpar a la víctima del asesinato o a la violada por provocar. Su minifalda genera tensión. No, oiga. No genera tensión quien cumple la ley, sino quien se la salta. Y eso, a pesar de la retorcida panorámica de la alcaldesa, es una cuestión de orden público. Es por eso que hemos cedido el monopolio de la violencia al Estado: para movernos dentro de los límites de las leyes y para perseguir a quien actúa fuera de ellas, incluidas las que no le gustan a Colau, que confunde con demasiada frecuencia su papel de regidora con el de militante de la calle.

Por otro lado, por supuesto que en democracia la gente tiene derecho a decidir. Para eso están las elecciones. Eso, y no otra cosa, es decidir sobre el futuro. Lo que los nacionalistas y Colau llaman ‘derecho a decidir’ no es un derecho individual, tampoco está recogido en la Constitución Española. Es un eufemismo amable del ‘derecho de autodeterminación’. No hace falta entrar en detalles técnicos para aclarar que la soberanía nacional reside en el pueblo español y que, por tanto, una parte no puede decidir sobre el todo. Nadie obliga a un nacionalista a sentirse español, a lo que sí está obligado es a cumplir la ley. Pero con un presidente como Mas y una alcaldesa como Colau, dispuestos saltarse las leyes que no les gustan, uno por maldad, la otra por estulticia, siempre encontrarán una justificación para no hacerlo. Y los culpables serán ellos.

La Barcelona de Robespierre



«Puesto que la patria debe vivir, Luis debe morir», dijo Robespierre en su primer discurso sobre el juicio contra el rey Luis XIV el 3 de diciembre de 1792. Paradójicamente, el francés no era partidario de la pena de muerte, aunque pensaba que debía hacerse una excepción monárquica. Tampoco era amigo de pillajes y turbas, pero si tenían que producirse en nombre de la causa justa de la revolución, no sería él quien las impediría.

Hay un cierto tufillo jacobino en aquellas palabras de Ada Colau sobre leyes injustas que no tiene intención de cumplir. Pero ya no quedan revolucionarios como los de antes. Ahora, en vez de guillotinar borbones, las autoridades barcelonesas retiran el busto del que ya no es nuestro monarca en actos simbólicos de salón, para crear un grupo de estudio que decida o sugiera qué poner. Mi humilde aportación es que respeten el Art. 85.2 del Real Decreto 2568/1986 por el que se aprobó el Reglamento de Organización, Funcionamiento y Régimen Jurídico de las Entidades Locales que dice que

En lugar preferente del salón de sesiones estará colocada la efigie de S. M. El Rey.

Ay, estos revolucionarios posmodernos. Tan hijos del capitalismo, sin riesgo para su aburguesamiento. En cuanto quieren algo, crean un grupo, un comité o una asamblea en nombre del pueblo. Y deciden ellos, también, en nombre del pueblo. Se han acostumbrado a lo simbólico porque ya nadie se mancha las manos. Como aquel escritor catalán, Jair Domínguez, que disparó en TV3 a una diana con la caricatura de Juan Carlos I después de vomitar «esta monarquía española tan cutre«.

La decapitación de Su Majestad no se debe a que no sea ya jefe del Estado, como han justificado. Esa es la excusa, la puerta abierta para el show republicano. De lo contrario, habrían esperado a tener un busto a mano de Felipe VI para sustituirlo de inmediato.

Al representante de ERC, Alfred Bosch, se le ha colado su pata nacionalista cuando ha sugerido que sea sustituido por «una efigie que represente el único soberano, que es el pueblo catalán». Será el barcelonés. Pero lo putrefacto ha llegado con la celebración de Josep Garganté, de la CUP:

Mostramos nuestra mayor satisfacción por la retirada del antiguo jefe de los torturadores, tal y como dijo el compañero Arnaldo Otegi, preso político vasco.

Es una prueba de que el discurso de ETA está en las instituciones, y no sólo en las vascas y en las navarras. Para este tipo, que representa a todos los barceloneses, Otegi está injustamente encarcelado y compañeros suyos, asesinos la mayoría, son también presos políticos torturados. Es posible que este indeseable se parapete en la libertad de expresión para defender su bajeza moral. La misma que callaban con pistolas sus amigos terroristas. Debe de ser de los que defienden la libertad sólo para su propio interés, como demostró al impedir el ejercicio de libertad de información, reventando una cámara de TV3 en la huelga general del 29 de septiembre de 2010 por la que fue condenado a pagar 5000 euros en febrero de 2012.

Pitas, pitas, pitas


itos-himno_MDSIMA20150326_0176_9El nacionalismo tiene por costumbre culpar de sus propios actos al enemigo externo. Funciona, por tanto, como una reacción a una supuesta coacción ajena. Por eso, el nacionalismo catalán se pregunta, a pocas horas de la final de la Copa del Rey, por los motivos que llevan a decenas de miles de personas insatisfechas a pitar el himno. No responde a su pregunta retórica, no vaya a ser que queden en evidencia sus propios argumentos, que no son más que expresiones sentimentales básicas elevadas a la política. Dicho de otro modo: la moda independentista no sería consecuencia de las propias bases de la teoría nacionalista, de la construcción de una nación catalana, del papel jugado por las instituciones durante la democracia, de la educación, etc. Al contrario, sería consecuencia del agotador esfuerzo del resto de España por denostar a los catalanes, igualando así nacionalismo catalán con toda su población. El efectivo ejercicio de siempre: nacionalista porque el mundo le ha hecho así.

La última persona en utilizar ese flaco argumento ha sido Ada Colau. La activista añade el respeto a la libertad de expresión. Lo que ella quiere decir es que respeta su propia libertad de expresión, pues hasta no hace mucho reventaba las libertades de otros para dar notoriedad a la suya propia. Lo que esta señora desconoce es que no hay libertad sin responsabilidad, que toda acción libre debe ser una acción responsable. Y que toda acción responsable lo es porque asume las propias consecuencias individuales derivadas. Pitar un himno no es un delito, desde luego. Aunque sí de mal gusto además de una falta de respeto. Así que como futura responsable política, lo menos que se espera de ella es que no utilice la libertad de expresión para justificar a los suyos.