Demócratas de aldea


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El relato nacionalista ha brotado, finalmente, en un delirio íntimo. La pequeña aldea sentimental catalana, preñada de sonrisas, se ha creído su propio discurso anacrónico, su pequeño papel en la historia, su éxtasis. Su crónica mítica no pasa de bellas palabras de enjundia, vacías al empaparlas del contexto histórico: hablar hoy de igualdad ante la ley, de libertad y de derecho a decidir es un insulto intelectual intolerable. Porque cuando Artur Mas menciona estas palabras en sus discursos inflamados, las reivindica como si le faltaran, como si la Constitución Española le impidiera algo, no se sabe bien qué, que al resto de españoles permite. Sus exclamaciones de ayer: «¡Esta es la victoria de Cataluña!», demuestran lo que es: un pobre xenófobo.

En la CUP se ven moralmente legitimados para saltarse las leyes. En ‘Catalunya sí que es pot’ están por hurtar el derecho constitucional de todos los españoles sobre el territorio nacional y permitir que sean sólo los catalanes los que decidan sobre Cataluña. Todo es ilegal. Extraños demócratas.

El éxito del nacionalismo -y quizás no sea poco- radica en el discurso onírico, en las promesas de un mundo mejor. En la seducción que ejerce sobre la razón hasta anularla. Los palos que coloca la realidad acaban astillados. El infantilismo de los argumentos de Junts pel Sí quedarán como uno de los mayores agravios intelectuales. Su otro gran éxito lo establece el léxico. Son capaces de que el resto ampliemos el espectro nacionalista a todos los catalanes, de que los medios hablen de plebiscito al referirse al porcentaje de votos de las elecciones y, sobre todo, de que ellos sean los demócratas. Ellos, que se quieren saltar la ley. Y el resto, que la defiende, son herederos de un régimen franquista.

De las urnas a la calle sin pasar por Montserrat


Los resultados electorales han sido desconcertantes. Ninguna encuesta previa se ha acercado, ni de lejos, a lo que anoche ocurrió con CiU.

La participación ha alcanzado, por primera vez, el rango de elecciones generales por lo que, según parece, los catalanes se tomaron en serio el estatus plebiscitario de la convocatoria. La participación se ha situado 8,5% puntos por encima de la media de elecciones autonómicas catalanas y 2,5% por debajo de la media de la participación de los catalanes en las generales. Artur Mas ha recibido un serio correctivo de una sociedad que le duele más el paro y el bolsillo, los recortes y las penurias, que la construcción nacional. Mas se subió a la ola de descontento independentista, y vio en la multitudinaria manifestación de la Diada la solución a una complicada legislatura. Para ello, comenzó aseverando que habría un referéndum con legalidad española… catalana o europea. Llegó incluso a afirmar que

iría a la cárcel por la independencia.

Claro que eso lo dijo cuando ya sabía, por las encuestas, que no obtendría la mayoría que más tarde aseguró que era necesaria para abrir definitivamente el melón secesionista. Las encuestas le facilitaron diluir su mensaje con matices e incendiarlo sin pagar el precio de cumplir lo que se promete.

Ahora, sin embargo, se ha complicado su puesto y la gobernabilidad. Veremos cómo logra la investidura, porque no veo a Mas con las habilidades de tramboyista de Zapatero. ERC ya dijo que estaría dispuesta a pactar con CiU siempre y cuando el referéndum estuviera sobre la mesa. Desde luego, no será con ellos con quien saque adelante los próximos presupuestos que hay que aprobar a la vuelta de la esquina. Tampoco los sacará adelante con el PSC, que sigue en su caída libre, aunque hay que reconocer que esta vez ha logrado colocarse por encima de lo que las encuestas apuntaban.

Así que solo podrá sacar los presupuestos con el PP, El PP apoyará a CiU porque necesita gobernabilidad en Cataluña, porque necesita que las comunidades autónomas sigan los planes de austeridad establecidos, y porque dentro de tres años (como mucho) es posible que pierda la mayoría absoluta y tenga que negociar con CiU en el Congreso de los Diputados. Si, finalmente, Artur Mas aprueba los presupuestos con los populares, habrá traicionado descaradamente el discurso que le ha llevado a convocar estas elecciones suicidas.

La gráfica muestra el histórico la participación en las generales (verde) y autonómicas (azul). También el intercalado de años y la progresión de votos de cada partido. Se con claridad cómo CiU se lleva un porcentaje notablemente mayor en las autonómicas que en las generales, mientras que para PP y el PSC-PSOE ocurre lo contrario. Para el resto de fuerzas, va por rachas. Excepto para Ciutadans, que como CiU, sube en las autonómicas.

El equilibrio de fuerzas nacionalistas y no nacionalistas en el parlamento catalán ha quedado más o menos igual que antes. Las encuestas, ni detectaron la caída de CiU, ni la espídica subida de ERC. Sí detectaron la subida de Ciutadans, pero no esperaban tanto de ellos.

Creo que lo que ha cambiado ha sido el mensaje. Mientras los políticos se han llenado de nación, referéndum y de Diada, la sociedad les ha dicho que no quiere recortes. Los partidos más radicales con las políticas de austeridad son los que más han subido, exceptuando a Ciutadans, que se ha aprovechado del batacazo paralelo del PSC. El descontento nacionalista, además de aupar a ERC a segunda fuerza política, ha eliminado a Laporta del arco parlamentario y ha metido al CUP, un partido asambleario, que habla de Países Catalanes, independencia y democracia participativa. Es decir, nacionalismo, el mismo; pero hay un mensaje callejero que tiene el espíritu del 15M, ha logrado tres diputados con el que ERC trata de reconciliarse desesperadamente después de haber pasado por el gobierno: ese descontento nacionalista es su base electoral. Si el factor callejero es más relevante que el nacionalismo, a pesar de que van muy unidos, lo veremos pronto en las calles de Barcelona.