Ayuntamientos ciudadanos


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Dice Carmena, la nueva alcaldesa de Madrid, que por fin, que ya estamos todos. Que ya somos todos alcaldes y alcaldesas. Con afirmaciones como ésta, uno se pregunta cómo fueron elegidos los anteriores regidores, si antes se nombraban a dedo o, más aún, si hasta hace dos días nos gobernaban extraterrestres.

Para esta izquierda, la democracia sólo existe si ellos están en el poder porque ellos se arrogan el pueblo, porque ellos son la gente. La aplastante lógica que expulsa al que piensa diferente. Esta izquierda barniza su discurso con justicia social e igualdad. Con bonitas palabras nunca se necesitan propuestas. Parece que Ahora Madrid y similares traen soluciones con su simple existencia, el buenismo de las intenciones. Los ayuntamientos son ahora de la gente, y se presume un descenso de manifestaciones, pues no van a protestar contra ellos mismos, dueños de la calle y, ahora, de las instituciones. La policía llevará, por fin, rosas y libros. Todo irá mejor aunque no sea verdad: que la realidad no estropee una sensación flowerpower. Paz social.

Esta izquierda asamblearia dice ahora que llega el cambio aunque hayan necesitado a la mitad de esa casta PPSOE que, hasta hace pocos meses, «eran la misma mierda». Entran en los ayuntamientos para devolvérnoslos. El número ocho del llavero de Madrid es Pablo Soto, que como ciudadano decía cosas como ésta:

Me temo que si el demócrata Pablo perteneciera a otro partido, los que son sus compañeros no ahorrarían en epítetos y el ruido desembocaría en una vida política tan breve que es muy posible que no llegara a recoger su acta de concejal. Y me pregunto, de paso, de qué palo mayor colgarían al ciudadano Gallardón si se refiriese en términos parecidos al político Soto.

Muchachos de esta izquierda han sido elegidos de la misma manera que lo han sido antes otros concejales. Más aún, y sorpréndanse: en las mismas elecciones hay autonomías y municipios donde gobernará la derecha. Ahora que están dentro, veremos cómo compatibilizan la victoria de Carmena con la legitimidad de Cifuentes.

La caterva y el odio


Como todo el mundo sabe, Cristina Cifuentes, la delegada del Gobierno en Madrid, sufrió ayer por la tarde un accidente de circulación en la capital al chocar con su moto contra un coche y se encuentra ingresada en el Hospital de La Paz. Su pronóstico es grave y necesita de respiración artificial.

Como suele ocurrir en estos casos, una parte no poco numerosa de la izquierda tolerante, social, justa y amable ha dedicado unas palabras de aliento desde Twitter a la delegada, frases como «llamadme mala persona, pero ojalá se quede tetrapléjica», estaría bien que fuera trasladada a un hospital privado «y la diñara por negligencia médica», «13 caballos y una zorra: Cifuentes en Vespa», «¿se ha muerto ya Cristina Cifuentes?», «buenas noches y un gran abrazo a la moto de Cristina Cifuentes», «Lo de Cristina Cifuentes ha sido terapia de choque», «La vida de Cristina Cifuentes no corre peligro. Ojalá muchos madrileños pudieran decir lo mismo de la suya». No crean que estos mensajes han sido seleccionados. Tan solo he escrito «Cifuentes» en el buscador de Twitter, una búsqueda que se actualiza automáticamente con nuevas perlas, unas tres o cuatro por minuto, en las que se desea su muerte, se ríen del accidente, de ella o desean lo mejor para su moto. Y eso que son casi las tres de la mañana, una hora tranquila. Imaginen el ritmo que ha llevado en hora punta. Hasta esta inmundicia hemos descendido, o quizás de ella nunca hemos llegado a salir. Incluso algún imbécil la ha matado en Wikipedia.

Me ha llamado la atención cómo hay muchos tuits que la nombran, pero muy pocos que la mencionan, es decir, muy pocos que utilizan @ccifuentes, que es su nombre de usuario, para insultarla. Para los profanos en Twitter, nombrar es, simplemente, escribir el nombre de alguien, pero mencionar garantiza que a esa persona le llegue el mensaje. La diferencia, digo, es tan brutal como hipócrita, pues escupen a su espalda lo que nunca se atreverían a soltar a la cara.

El desgraciado accidente ha colocado a Cifuentes en la diana del odio. La caterva que lo cultiva ha aprovechado, como una turba, la caída al asfalto para abalanzarse en masa. Porque esta gentuza que insulta, la que la culpa de la privatización de la sanidad, de las cargas policiales y de sus miserias en 140 caracteres, en realidad, disfrazan su discurso para tapar su peor vergüenza, que es el odio. Sencillamente, la odian. No es maldad. Son tan buenos con sus amigos y su familia como cualquier nazi. No la odian porque sea ella, Cristina Cifuentes, ni por su cargo, por su poder, o sus declaraciones. La odian por lo que representa. Por eso sus palabras son tan miserables, por eso escupen odio y a la vez se permiten, graciosamente, dar lecciones cívicas a los demás. Lecciones que son normas, normas que imponen ellos. Lo que esta izquierda tolerante, social, justa y amable no puede hacer nunca, por tanto, es exclamar que odia. Porque ellos no odian, ellos imparten justicia social, la del pueblo. La suya. Lo que quieren decirnos es, sencillamente, que Cifuentes no merece vivir. Y que Cifuentes podemos ser cualquiera.