El señor Mas ha deseado a Albert Rivera que no tenga responsabilidades de gobierno en España porque es un joven ignorante. Con razón lo desea, pues Ciudadanos nació con el propósito de impedir aventuras esperpénticas como la del presidente catalán. Es posible que el partido naranja tuviera hoy posibilidades reales de gobierno si se hubiera tomado en serio su implantación nacional desde su primer congreso. Aunque quizás puedan decidir el gobierno, la realidad es que no pueden ganar, pero sus buenos resultados en las autonómicas y municipales en toda España sirven para desmontar la falacia nacionalista del rechazo a lo catalán a lo largo y ancho de Castilla.
En España no hay un repudio a lo catalán, sino un choque con el desprecio y el victimismo que el nacionalismo emponzoña con su retórica sentimental. Sí existe -y en esto se empeña día a día el gobierno de Cataluña- una confusión entre el nacionalismo y la normalidad. El secesionismo pretende generar desprecio en los demás: que se vayan. La siembra del hastío que recogerán los ‘segadors’ a golpe de hoz. Estos tejedores de deslealtades institucionales han disfrutado de los micrófonos, las calles, las administraciones, las televisiones públicas y los presupuestos como de su pesebre. El nacionalismo ha creado un marco de confusión necesario para estos lodos. Ha enredado la crítica con el odio, una mala palabra con un desaire, la realidad con la fantasía, ha domado la educación y ha inundado la política de sentimiento, sentimentalismo y nostalgia de una Historia que nunca existió. Y la oposición, durante décadas, ha sido de baja intensidad. Hasta la llegada de Ciudadanos.
Rivera aspira a gobernar España. Al menos es más realista que Mas, que anhela la presidencia de un estado que no existe.