Muerte a cámara lenta


El periodismo, en su rápida carrera por llegar el primero a la meta, suele confundir el camino. Hoy, Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, ha sido asesinada. Mientras escribo esto no se saben los motivos -como si realmente importaran-, pero tenemos, desde hace una hora, tuits como éste:

Lo peor no es que ese comentario exista, sino que se justifican tirando del hilo. Los tiros y las adversativas: «hace una gestión tan pésima que le han descerrajado un tiro. Pero oye, condenamos su muerte». El asesinato de Carrasco sólo debe dar pie a informar de lo ocurrido. Su gestión, como su cesta de la compra, es completamente irrelevante. El periodismo nunca debe alimentar las especulaciones, pero es dado a informar de ellas con la trampa retórica de ser la correa de transmisión: me lo dicen, yo lo cuento, pero igual es un rumor. Los primeros minutos hay que llenarlos como sea y, ante la imposibilidad de investigar al desconocido criminal, se procede a investigar al muerto.

En la biografía que ha emitido La Sextan han colocado su adversativa en las declaraciones de un político de IU que no hablaba nada bien de Carrasco hace unos meses. El Mundo añade, en el cuarto párrafo de la noticia, que Carrasco fue acusada de malversación de fondos públicos.

La Sexta, además, ha llamado por teléfono a un periodista de Onda Cero León presente en el lugar del crimen. Después de describir lo que él veía en ese momento, le han preguntado sobre los hechos, y ha respondido, en contra de lo que se pudiera esperar de él, que prefería esperar a la versión oficial. Se han debido quedar un poco chafados en plató, porque luego han contactado con otra periodista, también presente, para que nos contara todos los rumores, que seguirán aumentando, desmintiéndose algunos y otros no.

El periodismo puede explicar el asesinato, sobre todo si se trata de un caso que se resuelve desde el sofá. Pero los móviles difícilmente se explican tan plácidamente. El «por qué» del periodismo no depende de una respuesta directa a una pregunta sobre la que el periodismo se abalanza con el hambre del que quiere terminar la pieza.

Por eso, sorprende la facilidad de Isabel San Sebastián en sus afirmaciones, que son tan graves como las que insinúan que, si hubiera sido buena gestora, hoy estaría viva. Las conclusiones de San Sebastián son asombrosas para una profesional: en muy poco tiempo ha logrado hablar con la familia de la víctima, la policía y la asesina a pesar de estar arrestada. Ha podido sonsacar toda la información necesaria para su conclusión. Y eso que no estaba en León.

Carrasco ha sido asesinada. Dos mujeres, madre e hija, han sido detenidas por ello. La policía estudia el móvil. Cuando escribo esto, no se sabe nada más, pero es suficiente para que la charlatanería mediática apunte a un despido realizado hace dos semanas, una semana o incluso hace un día, he llegado a leer.

Probablemente Isabel ha muerto en el momento. Mientras, el periodismo muere a cámara lenta, que se empeña en dispararse en los pies para luego nunca rectificar sus pasos.

El virus españolista


Nadie sabe bien dónde sufrió el contagio, si en una playa cántabra o en la Sierra de Gredos. Quizás  fue un trancazo de otoño soriano. Quizás dos besos de Aznar. El caso es que Alicia se infectó del virus españolista que, como todo el mundo sabe, es una enfermedad incurable. Lo más llamativo del trastorno es que solo los que rodean al paciente se percatan de los síntomas. El infectado, sin embargo, parece vivir en una Arcadia feliz. Pobre desgraciado.

Es por eso que una señora, preocupada por la salud de Alicia Sánchez-Camacho, cabeza de lista popular en las próximas elecciones de Cataluña, envió ayer una carta al Diari de Girona titulada «Carta a la meva exalumna Alicia S.C.». La mujer tuvo el sano cuidado de no identificar a la afectada y utilizar sus iniciales para su apellido, como mandan las buenas praxis de la cosa de la salud.

Así, la mujer identifica en Alicia los típicos síntomas del virus: defender al Estado central frente a Cataluña, aprobar el latrocinio contra los catalanes, denunciar la discriminación del castellano en las escuelas públicas, perseguir la lengua catalana (por las calles si es preciso) y construir carreteras donde no son necesarias. La mujer vive angustiada porque sabe que es el virus y no Alicia hablando cuando dice

verdaderas barbaridades contra Cataluña.

Por eso, la profesora se siente dolida cuando gente cercana, buena gente, critica y echa pestes de ella. Pero la maestra, que sabe bien que el germen actúa sobre el ego, borra identidades inculcadas desde la escuela, arrasa principios y alimenta el lucimiento personal por encima del sacrificio colectivo, apela a la buena conciencia que le pueda quedar y le tutea:

desearía abrir un pequeño agujero en tu conciencia que actúe con el corazón defendiendo la verdad y las necesidades de un pueblo que tú sabes que es noble, trabajador, fuente de riqueza y que no se merece el trato que desde Madrid se le está dando.

Menos mal que «respeta totalmente» que sea del PP.