El ex-alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez, se ha despachado a gusto en la TVG al afirmar que (video, minuto 23:10) no aprecia ninguna diferencia
entre un judío con estrella amarilla perseguido por los nazis, y un niño castigado, por hablar en castellano, en el patio del recreo.
Se debería reconducir el debate antes de empezar a defender las pedradas de los nuestros solo porque son nuestros adoquines. La tribuna en El País de la secretaria de Educación, Montserrat Gomendio, me parece muy centrada. Es un buen punto de partida. Tan disparatada es la bravata de Vázquez, como la de Tardá al calificar de terrorismo social la reforma.
El político catalán se califica a sí mismo tanto con sus dificultades de expresión como por el lenguaje que utiliza. Y Vázquez se equivoca gravemente por un motivo muy sencillo: utiliza la excepción para alcanzar una generalización indecente con el comodín del judío. Para muchos, el castigo sonará a otra época, algo así como si reprimieran a un niño por hablar en catalán en los patios franquistas. Aunque sea excepcional, ha ocurrido, como denunció Albert Ribera en la tribuna política de la edición catalana del ABC hace casi dos años:
Unos padres han denunciado que en un colegio público de Sitges, a la hora de evaluar a un alumno de 5 años, se le ha suspendido en el apartado de lenguaje verbal —para que lo entiendan los chicos de P-5 se hace simbólicamente con un pegatina roja en forma de semáforo— por hablar en castellano en la hora del recreo.
Pero que se haya hecho no quiere decir que sea la norma. Que haya denuncia indica, precisamente, que se ha vulnerado una ley. Y esa ley es la radical diferencia.
Porque lo que sí fue ley en la Alemania de los años 30 fue la prohibición a los judíos a ser empleados del Gobierno. Luego, se les prohibió formar parte de las fuerzas armadas y, posteriormente, ejercer cualquier profesión liberal, desde maestros, hasta médicos. Las Leyes de Nuremberg los despojaron de sus derechos civiles y su nacionalidad. Se prohibió a los médicos «arios» atender a pacientes judíos, lo que les vetó el derecho a la atención sanitaria. Los niños judíos en las escuelas tenían que escuchar cómo sus compañeros cantaban en clase de música, con profesores pertenecientes al Partido Nazi, canciones que decían «cuando corra la sangre judía por mis manos». Finalmente, también se prohibió a los niños ir a los colegios. A los pocos que aguantaron, claro.
