Son llamativas las notables diferencias entre dos búsquedas de imágenes en Google que son lo mismo, que significan lo mismo. La búsqueda «national pride» nos trae niños sonriendo, grandes banderas en espectáculos,
celebraciones, dibujos animados, felicidad, fiesta, sonrisas. La búsqueda en castellano, «orgullo nacional«, ofrece resultados entre argentinos y españoles, relacionados con el fútbol, la violencia, los ultras y una iconografía oscura y fascista.
No sé si esto es el resultado de tantos años lanzándonos odios a la cabeza, pero sí parece que el concepto de orgullo nacional que tienen los americanos, por ejemplo, dista mucho de la imagen que se tiene de lo patrio en España. Felipe González solía referirse a su país como «este país», y fue Aznar el que, sin complejos, gobernó y llamó a España por su nombre. Zapatero lo hizo después, a pesar de que la fobia a la bandera continuó en la rama catalana de su partido hasta el punto de que la desilusión, la ausencia de oxígeno y la falta de representación, condujeron a algunos intelectuales a promover la fundación de un partido que se llamaría Ciudadanos. Como símbolos, para destacar lo que nos unía, y en contraposición al nacionalismo, encontraron la bandera de España y la Ley.
La izquierda ha acusado con frecuencia a los populares de pretender adueñarse de la bandera cuando, en realidad, fueron ellos quienes la regalaron doblada. Entre los éxitos deportivos y el paso del tiempo se curaron ciertos complejos y eso de la bandera volvió a unir. Y así ha sucedido, poco a poco, hasta llegar a Pedro Sánchez, que se expone con una bandera gigante, algo impensable para los socialistas de los ochenta. De él se ríe Pablo Iglesias, que tiene por bandera la de la Segunda República y por ley un proyecto constituyente.
En nuestro concepto de orgullo nacional hay cierta carga de odio desde la barrera, una superioridad moral de quien se siente por encima. De quien identifica ese orgullo con las imágenes de Google españolas. Hasta que esa bandera enarbola lo que le gusta, una lectura posmoderna.
Hay una linea difusa que transforma un inocuo orgullo nacional en peligroso, y se cruza siempre que ese orgullo es invocado. Nubla la razón. También la de quien interpreta el orgullo los demás.
Caray, llevo cuatro artículos suyos leídos en un día. Son los primeros artículos que leo de usted, aunque le sigo en Twitter desde hace tiempo. Siga así. De momento en todos ha dado en el clavo. Además son claros, breves y directos. Escribe como Batistuta remataba a puerta.
Vaya, muchas gracias y un saludo.