La mayoría de las personas tienen una o varias aficiones como, por ejemplo, ir al cine, hacer deporte, aprender artes marciales o construir maquetas. Yo también tengo o he tenido unas cuantas aficiones, y algunas de ellas tienen que ver con la lectura. Son algo así como temas recurrentes que, de alguna manera, van moldeando mis gustos pero que también, aunque de forma muy poco sistemática, me sirven de guía a la hora de comprar un libro o desenterrarlo por fin de alguna estantería de mi biblioteca. Últimamente me dedico entre otras cosas a indagar acerca del mal.
Al mal, como a todas las demás cosas, puede uno aproximarse intelectualmente de muchas maneras. Existe, por ejemplo, una perspectiva filosófica del mal, incluida en lo que unas veces se llama ‘moral’ y otras ‘ética’. De esta perspectiva deriva otra, no menos importante, que es la ideológica. Todas las ideologías tienen como intención principal transformar y perfeccionar de una u otra manera el mundo mediante la acción política y, para ello, necesitan establecer desde un primer momento qué o quienes son los que les dificultan esta tarea; es decir, dónde está el mal y quienes son los malos (a los que ocasionalmente hay que suprimir, a veces de forma simbólica y otras al pie de la letra). Existe también, por supuesto, la perspectiva teológica, de alguna manera ligada a la filosófica (al menos en lo que concierne a tradición occidental). Pero también la perspectiva estética, que no está exenta de un pensamiento profundo, como se ve en la literatura de Sade o de Lautremont, o también en las pinturas negras y los grabados de Goya.
A mí la que me está atrayendo sobre todo es la perspectiva alegórica (y religiosa) que se le ofrece a uno cuando decide fisgonear la etimología de algunas palabras que se relacionan con el mal, fundamentalmente en la Biblia. Desde luego, no soy un experto en la materia, de hecho ni siquiera me considero un aficionado, aunque quizás sí un entusiasta ocasional. Toda la información que busco está al alcance de cualquiera; en esto, como en otras muchas cosas, Internet es una herramienta maravillosa.
Comenzaré con la palabra ‘mal’, que viene del latín ‘malum’ y cuyo significado es el mismo que el nuestro, lo malo. Éste viene a su vez del griego ‘melas’ (μέλας) que significa negro, oscuro, y del que, por ejemplo, derivan otras palabras como ‘melanina’, y es posible que también ‘melena’, aunque esto último sea mucho más discutible (según el diccionario de la RAE, viene del árabe mulay yinah,’ amortiguadora’).
Así pues, lo que nos ha llegado como la palabra ‘mal’ es lo oscuro, lo tenebroso y lúgubre. Para los griegos, sin embargo, el mal era llamado ‘to kakon’ (τό κακόν) y parece ser que tenía que ver con la imperfección y la fealdad. Si bien no parece haber derivado en ninguna palabra española que tenga que ver directamente con el mal, su esencia sí que ha perdurado, y la fealdad o la imperfección han sido muchas veces tomadas tanto en la literatura como en la tradición popular como sinónimo de maldad. De forma análoga, un alma fea o imperfecta es también un alma malvada.
En Grecia, al malvado se le llamaba ‘ kakós’ (κακός), y este fue el nombre que la mitología asignó al hijo de Hefesto, el cual destacó por su crueldad así como por la afición que tenía de robarle el ganado a sus paisanos. Kakós fue llamado Cacus en latín, y en español Caco, que desde entonces se relacionó con ‘ladrón’.
Otra palabra que tiene que ver con ‘kakon’ es cacofonía (κακοφωνία) la cual significa disonante, es decir, sonido imperfecto, un mal sonido. De esto mismo, de componer cacofonías, acusó Stalin a Sostakovich tras escuchar Lady Macbeth de Mensk… Parece ser que no le gustó demasiado la obra.
En la foto: ‘Hércules y Caco’, de Hendrick Goltzius.
¿Y ya está?
Qué va, el tema da para rato. Irán llegando más entradas (por eso esta primera ya salió numerada antes de las demás).