Hugo Chávez no ha muerto. Ha sido asesinado. En esto ha consistido el burdo montaje del gobierno para convertir el cáncer de Chávez en veneno imperialista: los revolucionarios mueren asesinados por el capitalismo, nunca se los lleva por delante una enfermedad. Eso es de burgueses.
Chávez se sirvió de la democracia en 1999 para llegar al poder después de intentarlo en 1992 con un golpe de Estado. La Constitución Venezolana no le habría permitido seguir en el cargo más de 10 años, así que la cambió para perpetuarse. Para lograrlo, se sirvió de un mensaje de odio y del culto a la personalidad que rodea a todo populista: el poder es del pueblo y él canaliza sus voluntades. Y lo hace de tal forma que el personaje se percibe imprescindible. Así, el poder se funde con el líder y el pueblo se confunde con él hasta el punto de gritar «Yo soy Chávez» en una noche como la de ayer en las calles de Caracas. Una simbiosis perfecta con un mensaje perverso, ya que que para él, el pueblo eran aquellos que le votaban, aquellos que le seguían. El resto, son capitalistas de un sistema que hay que derrocar y, por tanto, son elementos a los que se puede eliminar. Esta delegación ciudadana de responsabilidades es lo que ha convertido a Venezuela en el país que es hoy: una tiranía que despeña al país hacia una guerra civil.
Ojalá estuviera exagerando. En una democracia, la violencia es monopolio del Estado. Chávez revocó ese monopolio y entregó fusiles al pueblo. «El pueblo en armas», como él lo llamaba. Distintos grupos violentos que ya existían abrazaron la revolución bolivariana y el expresidente les entregó las armas. Controlan barrios enteros donde la policía no se atreve ni a entrar. Todos, sin excepción, dan por hecho que, si gana la oposición algún día, irán a por ellos. Y están dispuestos a defenderse con esas armas que ya tienen. Y a actuar antes de que eso ocurra. De esos grupos paramilitares, algunos muy radicales, han llegado incluso críticas al propio chavismo, que tiene también sus propias tensiones internas. Los venezolanos que se han ido de su país lo han hecho por la inseguridad ciudadana. Caracas es una ciudad donde la gente va de casa al trabajo y del trabajo a casa y, como mucho, a casa de unos amigos. Una ciudad donde pararse en un semáforo es jugarse la vida, y salir a determinadas horas, un auténtico suicidio. Barrios fortificados con alambres de espino y seguridad privada armada.
La abolición de la democracia
Sin embargo, el verdadero problema de Venezuela es de mucho mayor calado político. En 2004, Chávez agregó 12 cargos a los 20 del Tribunal Supremo, todos adeptos al régimen. A partir de entonces, el Ejecutivo actuó a sus anchas. Tribunales inferiores comenzaron a recibir presiones para no emitir pronunciamientos que disgustasen al gobierno, según Humans Right Watch (HRW). De hecho, una juez, María Lourdes Afiuni, fue arrestada en 2009 y pasó un año en prisión preventiva por conceder libertad condicional a un crítico del gobierno que llevaba tres años en prisión sin haber sido juzgado. Hoy, la juez está bajo arresto domiciliario. Chávez, públicamente, había exigido para ella una condena de 30 años.
Suspendió canales y medios de comunicación críticos. En el artículo 27.4 de la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos, se prohíbe la difusión de mensajes que:
Fomenten zozobra en la ciudadanía o alteren el orden público.
Aquella ley se ha convertido en una auténtica mordaza, como se la llamó en su momento. Aumentaron de uno a seis los canales favorables al Movimiento, donde la propaganda televisiva en torno a Chávez es absolutamente totalitaria. El culto a la personalidad y a las ideas de la revolución es nauseabunda. No se necesitan más de un par de minutos delante de ella para darse cuenta de la gravedad social que se ha construido en los últimos 15 años. Se cepilló el canal más antiguo del país, RCTV, por sus críticas a su gobierno. Así, tan sólo quedó Globovisión como medio importante. También fue a por ellos.
Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez para las próximas elecciones que se celebrarán en un mes, dijo en 2008 que
cualquier extranjero que venga a opinar en contra de nuestra patria será expulsado de manera inmediata.
Lo dijo a propósito de la reciente expulsión de un equipo de HRW que había realizado un informe denunciando la situación de los Derechos Humanos allí.
Chávez creó un movimiento que perdurará más allá de su muerte. Un movimiento que no tiene otro objetivo que el culto a la personalidad para perpetuarse en el poder a través de la concentración de poderes manteniendo como reo al pueblo. Nunca dejarán el poder si pierden unas elecciones. Ese pueblo, ya adoctrinado, tomará las calles para que no se lo roben. Chávez ya de por sí era un icono, y ahora ha llegado el momento de mitificarlo. Y siempre es más fácil cuando se es un mártir. De ahí que se difundiera el mensaje de su asesinato por el imperialismo para, más tarde, anunciar su muerte.
Por todo lo anterior, es tan lamentable leer, por ejemplo, a Ignacio Escolar:
Como si el formalismo del voto fuera lo que define a un país como democrático. Ya dijo Tocqueville que el totalitarismo más peligroso es aquel que se disfraza de democracia. Chávez, el tirano, lo hizo a la perfección.