Todos éramos intrusos


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Si hubiera cerrado el Comercial hace 100 años, las tertulias no se habrían quedado huérfanas. Sólo en la misma glorieta de Bilbao, donde cierra la verja del Comercial, estaba el Café La Campana, de donde era asiduo Manuel Machado. Y cruzándola, el Café Europeo, donde también se celebraran tertulias literarias y taurinas.

Cierra el Comercial y abren las penas de los madrileños. De los que quedaban en la puerta pero no consumían. De los que se tomaban la última copa del año. Con clientes así no hay negocio. Sus amplios ventanales se han convertido en improvisados muros de post-it de corazoncitos en lo que parece una campaña orquestada por la morriña ciudadana. Muchos de los que los pegan quieren que siga abierto porque abrió en el siglo XIX, pero la caja no vería sus euros. Esos corazones vintage reclaman que es parte de nuestra historia, que Madrid se muere ante nuestros ojos, que se nos va algo de nuestras vidas o, cómo no, que Carmena haga algo. Un romanticismo nostálgico trasnochado. Si quieren hacer algo, que compren todos los días el periódico al kioskero de enfrente, que seguro venderá menos a partir de ahora.

Llevaba tantos años abierto que, de una manera u otra, todos tenemos algún recuerdo asociado a él. Y comprendo la emoción de los asiduos pero, ¿este ataque de morriña colectiva? Es como si, de pronto, nos consideráramos la guardia del café del retrato que le hizo Camilo José Cela:

El público de la hora del café no es el mismo que el público de la hora de merendar. Todos son habituales, bien es cierto, todos se sientan en los mismos divanes, todos beben en los mismos vasos, toman el mismo bicarbonato, pagan iguales pesetas, aguantan idénticas impertinencias de la dueña (doña Rosa), pero sin embargo, quizá alguien sepa por qué, la gente de las tres de la tarde no tiene nada que ver con la que llega dadas las siete y media; es posible que lo único que pudiera unirles fuese la idea, que todos guardan en el fondo de sus corazones, de que ellos son, realmente la viaje guardia del café. Los otros, los de después de almorzar, no son más que intrusos a los que se tolera, por no en los que se piensa. ¡Estaría bueno!

2 comentarios en «Todos éramos intrusos»

  1. ell cafe no ganaba dinero y era sobre todo un negocio heredado,asi que podemos poner la añoranza donde nos da la gana incluido como tu dices el bolsillo de otro,claro que a ese otro no le de la gana

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