Dejadas las calles de Madrid por los despachos, es preferible tomar el callejero a través del articulado de la Memoria Histórica, ese oxímoron. La Historia es una recopilación de hechos; la memoria, un recuerdo de lo que nos queda, construcción subjetiva. Así, la memoria nunca puede ser histórica aunque el posmodernismo del lenguaje todo lo permita.
Este tipo de leyes tienen cierto riesgo. Aunque la Historia la escriben los vencedores, el romanticismo es un sentimiento puramente privado. Por eso, es peligroso que las leyes se sostengan sobre lo emocional. Así, corremos el peligro de adular a criminales o, lo que es peor, de condenar inocentes, a partir de la trinchera ideológica.
Defiende el consistorio madrileño que hay que cumplir 100% con la Ley. Estoy de acuerdo. Con todas, añado, no vaya a ser que les dé por concluir lo que a sus homónimos de Barcelona, eso de que si hay leyes injustas, no se cumplirán. Me alegra que vacíen las calles para tomar el callejero, decía, porque es mucho más civilizado. Igual que es mucho más sosegado presentarse a unas elecciones que jugar a revolucionarios.
Pero me asaltan dudas. Me preguntó qué harán con los yugos y flechas colgados de las paredes de los edificios de protección oficial del Instituto Nacional de la Vivienda. No sé si se eliminarán en nombre de la memoria, a costa de la Historia. También tengo serios reparos porque en el informe que maneja el Ayuntamiento se estudia eliminar las calles a Santiago Bernabéu, Salvador Dalí, o Manolete por haber apoyado o participado en el bando nacional durante la guerra civil. Igual habría que valorar los motivos por los que esos personajes lograron ese reconocimiento de la ciudad. De lo contrario, podríamos acabar con una purga simbólica, matando sus nombres a golpe de callejero, como quien borra la memoria, sin poder cambiar la Historia. Una suerte de justicia poética, algo así como poner una calle a Islero donde descansaba la placa de Manolete.