
(Extraído del documental de la BBC Escaping North Corea).
El río Tumen se congela en invierno y se convierte en la única vía para escapar del hambre de Corea del Norte. El único puesto fronterizo con China en kilómetros a la redonda está cerrado, pero cuenta con un par de guardas que hacen la vista gorda a los contrabandistas que introducen arroz, y a los niños que cruzan la frontera para robar y pedir dinero. Todos pagan una aduana del botín. Aunque en el Norte apenas hay comida, hay mucha droga. Las patrullas que pasean por el río permiten a los contrabandistas meter heroína en China a cambio de 500 yuanes por viaje, unos 60 euros. Los mismos que trafican con droga, trafican con mujeres. Da mucho más dinero. La política de hijo único del gobierno chino ha dado como resultado que haya pocas mujeres, por lo que la población recurre al mercado negro para solucionar su demanda. Para Corea del Norte, China es un almacén de comida. Para los que escapan, una cárcel al aire libre.
En su desesperación por huir, muchas mujeres se juegan la vida en el río congelado. Hay que cruzar de noche. Desnudas, con la ropa en una bolsa por si se parte el hielo, cruzan despacio y agazapadas. Las patrullas disparan a matar y no pocos cadáveres quedan allí, sobre el río gélido. Al otro lado, en China, les espera un contacto local. Llegan tiritando, sin acertar apenas a ponerse la ropa, ateridas. No pueden perder tiempo. Si les sorprende una patrulla serán deportadas de inmediato a su país. Se meten en un coche sin saber que un intermediario ya las ha adjudicado a distintos granjeros que nunca han visto su caras. Todas cruzan para buscar una vida mejor, para escapar del hambre. Muchas de ellas, para ayudar y mandar dinero a sus familias. Casi todas acaban siendo vendidas a granjeros de la zona.
Esa es la historia de Lin. «Alguien nos recogió en un coche con otras tres chicas. Me di cuenta de que nos iban dejado una a una. Un intermediario pagó 2500 yuanes, casi 300 euros. No tenía ni idea de que me estaban vendiendo». Lin llegó a China para trabajar y mandar dinero a su familia, que sobrevivía en Corea del Norte. Nada más llegar, fue vendida a un granjero chino por 12000 yuanes, algo más de 1400 euros.
«Tuve que dejar a mis hijos con mis padres enfermos. Mi marido se había ido de casa para salir adelante, y yo tuve que cruzar para mandar dinero a mi familia. Todos dependían de mí. Cuando me di cuenta de que me habían vendido, me escapé. Me alejé bastante en treinta minutos, pero el pueblo salió a buscarme con antorchas y en coches». Habían pagado mucho dinero por ella, demasiado como para dejarla escapar. Pasó la noche agazapada en el arrozal congelado y evitó las carreteras.
Su huida puso a Lin en mayor peligro: las mujeres procedentes del tráfico son inmigrantes ilegales, no tienen derechos, ningún estatus legal y muy pocos amigos. Mujeres como ella en China son presas fáciles. Hay recompensas para quien las delate y las entregue a las autoridades. Fuera de los pueblos, no tienen sitio donde esconderse, por lo que acaban refugiándose en el anonimato de las ciudades.
«No tenía ni dinero ni papeles y, sin dominio del idioma, no podía hacer ni el trabajo más básico. No podía trabajar en un bar, pero necesitaba dinero. Vi un anuncio de una agencia de citas donde decía que se podían ganar hasta 3000 yuanes al mes». Trescientos cincuenta euros para lo que resultó ser sexo a través de Internet, strip-tease online. «Cuanto más enseñas tu cuerpo, más pagan». Así acaban la mayoría de las mujeres norcorenas: ilegales, sin dinero y con miedo a ser capturadas y repatriadas a Corea del Norte. Para la mayoría, el sexo es su única salida para ganar dinero.
Con el tiempo, Lin ha logrado que se unan a ella su hija Mei y su hijo. Viven en un pequeño piso en Yanji, una ciudad cercana a la frontera con Corea del Norte. Un piso que apenas dejan porque son fugitivas. «Si mi madre no me hubiera sacado de allí, seguiría mendigando por las calles en Corea del Norte», dice la joven. Se la ve brava y decidida. «Odio que mi madre tenga que trabajar en esto, hemos llorado mucho. Hemos intentado otras cosas, pero nada ha funcionado».
«Un día tuve que llevar a mi hija al trabajo y le ofrecieron trabajar allí. Es tan solo una pobre niña inocente», cuenta Lin. Quiere algo mejor para sus hijos y no quiere ver cómo su propia hija se ve obligada a desnudarse para ganarse la vida. Por eso han tomado una decisión: Mei va a intentar escapar a Corea del Sur. Sólo hay dinero para uno de ellos. Un viaje de más de 6400 kilómetros a través de China, Laos y Tailandia. Una distancia parecida a la que hay entre Madrid y Punta Cana. Una distancia que tiene que recorrer oculta en la selva, anónima. Fuera de las carreteras y los caminos principales. Si la detienen, será repatriada a Corea del Norte. Y ya sabe cómo se las gasta la policía allí. Una vez, antes de reunirse con su madre en Yanji, la detuvieron. «Me patearon y me clavaron un destornillador por la espalda. Me dieron tal paliza, que parecía que me iban a despedazar. Después, quizás, te curan las heridas».
3 comentarios en «Escapar de Corea del Norte (I)»