Us presentem al General Franco


La falta de libertad es absoluta. Y sólo se ve atenuada por el estado de corrupción en el que vivimos. El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha escogido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre implicado en hechos de corrupción, económica o administrativa es un hombre comprometido. Por eso el Régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Como es propio de ciertas profesiones indignas, el Régimen procura que todos estén metidos en el fango, todos comprometidos. El hombre que pronto vendrá a Barcelona, además de un opresor, es un corrupto.

‘Us presentem al General Franco’, Jordi Puyol, 15 de abril de 1960.

Vía 1984.

Desenterrando a Franco


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Vuelve el PSOE a la carga con la recurrente idea de llevar los huesos de Franco a un lugar más humilde, si fuera por ellos, a una cuneta, que es donde debió morir, y no en una plácida cama 35 años después de una dictadura en la que ellos jugaron la carta silente. Cualquier día se encontrarán con que la derecha les hará caso como el padre desesperado que calla al niño con un helado, y esa brecha infantil que encuentran para deslegitimar al Partido Popular a través del dictador quedará completamente erosionada, si no lo está ya por el paso del tiempo.

El PSOE no quiere mover lo que queda de él. Es una pose política que desgrava ante la ciudadanía, que desvía de asuntos verdaderamente importantes, como por ejemplo, la raquítica situación del partido. Ataca al enemigo con una batida por Abantos como si fueran makis cuando, lo que de verdad está en juego, en su juego, está en Ferraz. Y esperan, como siempre, que todos miremos el dedo.

Hay algo de política cavernaria en todo esto, muy a juego con la cripta del Valle. Franco está donde está. El paseo de más de 260 metros desde la entrada hasta la lápida da una idea del aspecto grandilocuente del personaje, de la gesta heroica que tenía de sí mismo. Franco debe permanecer enterrado rodeado de la vacua altisonancia de la que se rodea para medir el personaje en su justo valor histórico. Para recordarnos que, al final, todos nos quedamos en los huesos. Merece su sitio junto a José Antonio Primo de Rivera para recordarnos los puñales y las traiciones. Aunque sean intelectuales. Y nos lo merecemos nosotros, los jóvenes españoles, que tenemos muy vencidas una guerra que no luchamos y una dictadura que no vivimos. Los que no nos empeñamos en vencer al dictador después de muerto, los que no pensamos que, delante de los grises, se corría mejor. No hace falta abrir un libro para darse cuenta, basta con un viaje a El Escorial.

Que no lo muevan. Ganó una guerra terrible y sobrevivió a la política. Que no se equivoquen con una última gloria, guardándolo en la cuneta.