Hay muchas formas de alcanzar la paz. Una de ellas es renunciando a la libertad. No queda lejos el franquismo como ejemplo. También se pudo alcanzar hace 30 años, por poner un número, procurando a los terroristas sus exigencias. Por eso, primero, el terrorismo nacionalista vasco no es una cuestión de paz; y segundo, la mal llamada paz no puede tener un precio. Nadie se sentiría más cómodo en su casa si un asesino en serie lanzara un comunicado y declarara su aburrimiento criminal. ¿Por qué? Porque seguiría en libertad. Y la obligación de la policía sería encontrarlo y llevarlo a la sombra de un juez. Nadie permitiría que la policía mirara para otro lado.
En un Estado de Derecho uno no se puede saltar la ley y esperar que no haya consecuencias punitivas. Y esa es la historia de ETA. Hoy, el temor extendido es que el comunicado de ayer solo sea un paso más en una degenerada negociación encabezada por el Gobierno que permita precisamente eso: que el asesino no pague su precio.
La verdadera derrota de ETA solo puede ser la filosófica, y esa, la conducen las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad el Estado. Esa derrota, la más humillante, la que extirpa el pasamontañas, es la verdadera y única victoria de la democracia. La victoria que obliga a unos asesinos a dejar de matar. La negociación de Zapatero con ETA ha sido y es vergonzosa y humillante para la democracia. No digo ya para las víctimas, la única referencia moral de esta sociedad contagiada de un relativismo repugnante que justifica los medios.