Domingos al sol


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El 11 de septiembre de 1904 entró en vigor la Ley sobre el descanso dominical, que prohibía trabajar los domingos. Fue un logro de la clase trabajadora con el que estaba de acuerdo la Iglesia, pues así se guardaban el día del Señor. Cerraban comercios, periódicos, ministerios, etc. Quedaban fuera la ley los espectáculos de teatro, las corridas de toros, las tabernas, la siderurgia y la metalurgia, que tenían como descanso un día distinto de la semana. Los trabajadores que cobraban por hora trabajada se mostraron en contra, pues quedaban así sin su jornal.

El Imparcial recogió impresiones de lectores de toda España. La mayoría de ellos denunciaba que promocionaba la holganza. Pedro Sánchez, herrero mecánico, decía que

Obligado a holgar, no sé qué hacer de mi tiempo durante el domingo. Si estuvieran abiertas las bibliotecas públicas, iría a entretenerme leyendo, ya que mi pobreza me impide comprar libros. Pero las bibliotecas están cerradas. Si los organizadores del descanso forzoso hubiesen organizado conferencias públicas, de amenidad y cultura, iría a oírlas. Pero esas conferencias no existen. Si para satisfacción espiritual de los ciudadanos se celebrasen conciertos populares gratuitos, sería asiduo concurrente a tales fiestas. Pero no hay conciertos, ni se ha preparado ninguna fiesta semejante. ¿Pasear? Lo hago un rato, pero no hemos de estar paseando todo el domingo. ¿Qué hago, pues? Voy a una taberna a jugar al mus con varios paisanos. No es el ideal, ni mucho menos; pero el aburrimiento obliga a ello.

Castor Badiola, propietario de una bodega en la calle Valverde, 6, también criticó la Ley:

¿Que qué hice el domingo? Pagar a mis tres dependientes el jornal, 30 reales próximamente, y mandarlos a descansar; yo me quedé al cuidado de la tienda cerrada para hacer cumplir la ley a los cacos; por este procedimiento pago al año 1100 pesetas de gastos y no puedo utilizar mi tienda para nada. ¿Qué tal le parece a usted?

El PSOE se alarmó por el aumento de consumo de espirituosos en las tabernas. Y es que no llueve progreso a gusto de todos. Hoy, el alcalde Ribó, el de Valencia, declara que los domingos «no son para comprar», que pretende disminuir las zonas de libertad de horarios y nos invita a ir a la playa, a un acto cultural o para que los que van a misa, vayan a misa. Establece Ribó una sensible (pero notable) distinción entre los que van a la playa, a un acto cultural y los que de misa. Da, bien por supuesto, que no todos acuden a la iglesia. Pero que se asombre el señor alcalde: tampoco todos van a la playa ni a actos culturales. Es lo que tiene la libertad.

¿Por qué un domingo no es para comprar? ¿Porque lo dice Ribó? Una cosa es que la gente no compre los domingos y otra que no pueda porque todo cierra por imperativo legal. No sé qué problema tiene esta gente con la libertad. No sé qué problema hay en que un tendero abra su negocio de acuerdo con las horas libres de sus clientes. Hoy se requiere esa flexibilidad. Y mientras se garanticen los derechos de los trabajadores, no entiendo la marea. No comprendo qué diferencia hay entre un puesto de trabajo en un bar, restaurante o cine, y una tienda. ¿Qué ven distinto? ¿Ocio? En cualquier centro comercial vemos cómo las compras forman parte de ese ocio. Las tiendas online abren las 24 horas y cada vez tienen mayor penetración; ¿las van a acusar de competencia desleal? No se puede ir de moderno y pisar el siglo XXI con sandalias del siglo XIX.

Ribó dice que eso de la libertad de horarios sólo pasa en Andorra y en algún que otro sitio. Ese «algún que otro sitio» es casi toda la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá… También que «la cultura Mediterránea se ha de mantener». No sé si se refiera a la holgazanería que denunciaban nuestros bisabuelos o a que esa cultura comenzó en una taberna en septiembre de 1904.