La merma es una estructura mental. Un esqueleto al que le faltan piezas, una especie de hallazgo arqueológico intelectual. Obedece a altos contrastes, carece de empatía, apenas practica la lógica y entiende el mundo solamente si el mundo le obedece. La merma, por tanto, trasciende la ideología. No es un movimiento de masa abotargada, aunque se vea influenciada por ella, sino una disfunción especulativa.
Si discutes con la merma, te manda a leer. Tiene lecturas, cortas, pocas e insuficientes, pero son las suyas. La merma compra unicornios de saldo y los reparte por Twitter. Hace la pelota al tuitstar de turno y, si éste lo menciona, presume de ello como aquellas vecinas presumían de los puestos de trabajo de los novios de sus hijas.
La merma son los esclavos de la caverna. La respuesta fácil, a menudo la conveniente. Cree en lo mágico. No cree en la ciencia como conocimiento, pues requiere un esfuerzo que no están dispuestos a realizar. La merma piensa que la investigación de las farmacéuticas, los años y millones de euros de inversión, deben regalarlos. Y les acusan de jugar con la salud de quien no puede pagar los nuevos medicamentos. Nunca da un segundo paso en su razonamiento. Y sin embargo, cree que la homeopatía cura y no se queja por pagar 30 euros por unas pastillas de azúcar.
La merma cree en las conspiraciones porque les coloca en una plano superior al resto. Sabe más que los demás, engañados por el sistema. Prefiere un debate de Cuarto Milenio a un documento oficial. Coloca a la misma altura la ficción y la verdad. Como los niños, opina sobre todo.
La merma cree que el capitalismo y los mercados son el mal. Dan lecciones de democracia como expertos juristas. Lo que desprecian lo llaman neoliberal, el prefijo que todo lo deshonra.
La merma defiende a Alfon a pesar de la Ley porque el sistema es represor por definición cuando es contra sus amigos, pero demasiado blando si el delincuente lleva corbata. La merma tiene una doble vara de medir, una moral flexible. No esconden sus limitaciones ni entre la muchachada.
La merma defiende a Irene Villa porque hacen chistes sobre ella y luego la insulta porque ella está por encima de la idiocia colectiva. La merma traicionada. Y es que no entiende de colores, sólo de bobadas. La merma es pusilánime, a veces es malvada y, con frecuencia, incluso miserable. Polariza y destila odio. Es sectaria, inhabilitante. Por eso, la merma tropieza con el atrevimiento de la ignorancia, y no es extraño observar planchazos de auténticos ‘mermaos’ acusando a un experto abogado de no tener ni idea de Derecho.