
La carta enviada por Baltasar Garzón y unos amigos suyos a la Conferencia Política del PSOE podría tener fecha de 1977 y no habrían cambiado ni una coma. Es perfecta para los tiempos que corren, los que corrieron y, si nadie lo remedia, para los que correrán. El anquilosamiento de la izquierda comienza a ser tan preocupante como su ceguera, la misma que les permite ver su evolución hacia la casilla de salida como progresos de la humanidad.
La carta vale su peso en Garzón, es decir, en Chavalín™, como magistralmente lo ha rebautizado José Antonio Montano. Es decir, vale poco. O mucho, según se mire, pues permite comprobar, negro sobre blanco, que el despropósito de las ideas, o de la carencia de ellas, sigue tan vigente como antaño. Y que la izquierda escarmentada sigue casi huérfana. Es una carta redactada a la contra, como siempre, a la contra de la derecha, claro. Ya se sabe que en este país la izquierda nunca ha gobernado pues, en cuanto gana las elecciones, lo hace todo mal, es decir, hace cosas de derechas. La izquierda, por tanto, sólo sabe hacer oposición. En eso eran expertos, pero con Rubalcaba al frente es complicado enfrentarse no ya a la derecha, sino a dos periodos de gobiernos socialistas, que se dice pronto.
En uno de ellos participó el Chavalín™. Guardó en un cajón los expedientes de corrupción y del GAL para ir de número dos en las listas del PSOE en las elecciones de 1993. Pasó del Judicial al Legislativo y al Ejecutivo con el cargo de delegado del Gobierno en el Plan Nacional sobre Drogas. No le gustó el trato dispensado y, en un ataque de señorona digna, lo dejó todo un año después para desempolvar los expedientes y acabar con los huesos de la cúpula de Interior en la cárcel. Años más tarde, en una entrevista con María Antonia Iglesias en El País, reconoció que se equivocó al pensar que «una persona sola consiguiera la solución de problemas que estaban en pleno apogeo, como la corrupción». Leída hoy, la entrevista es como la carta de antes de ayer: resiste el tiempo como las momias. Lean, si no, su primera respuesta:
Yo nunca me he considerado un juez estrella, pero acepto esa denominación porque me gusta darle a las cosas un enfoque positivo, y cuando se habla de estrella prefiero pensar en algo que da luz, que ilumina…
Sí, y da esplendor, Chavalín™. La carta es un lobby de sí mismo. Se ha proclamado representante de causas políticas que sólo la izquierda más desnortada quiere remover. Una carta de mal gusto donde se afirma que «el ejecutivo ha dejado en las cunetas del olvido a las víctimas de la dictadura y evita la recuperación de nuestra memoria, elemento clave para el reencuentro con nuestra dignidad como pueblo». Cunetas del olvido, los abajofirmantes. Cunetas. Casualmente, ayer, ¡qué oportuna coincidencia!, al Chavalín™ le tocó denunciar ante la ONU el abandono español a las víctimas del franquismo.
En 2012 fue condenado por prevaricación y sentenciado a «once años de inhabilitación especial para el cargo de juez o magistrado» en lo que la izquierda en bloque -y el propio juez- vieron un contubernio de la derecha contra él. Ahora manda cartas como quien envía currículums. Morriña de poder, quizás. Sería chocante, y extremadamente indecente, que el PSOE viera en él algo de luz. Algo falla si un condenado de un Poder del Estado por el ejercicio de sus funciones puede ejercer un cargo en otro de sus Poderes. Algo falla cuando un juez condenado puede acabar de ministro de Justicia.