La izquierda es una gran generadora de iconos, una espectacular difusora de contenidos, una gestora multinacional de lugares comunes. Por suerte o por desgracia, si algo caracteriza a las redes sociales es el altísimo grado de confianza que generan en sus usuarios, mucho más que la publicidad y mucho más que cualquier monserga política. Por eso, que un político tenga la gran idea de esconderse tras un hashtag puede producir un efecto viral tremendamente eficaz en una consigna. Y eso es lo que ha ocurrido con #primaveravalenciana. El 18 de febrero, un miembro de Compromís registró el dominio primareveravalenciana.com, como se puede comprobar aquí. Los disturbios comenzaron unos días antes. Las reivindicaciones de unos chavales que daban clase sin calefacción pronto pasaron a ser una manifestación política, aunque algunos la llamen social, para denunciar el recorte de salarios y un presunto recorte de derechos. El 20 de febrero se convocó la marcha que terminó con la ya famosa carga policial contra los congregados. Suficiente se ha escrito sobre ella. Casi siempre con un periodismo poco riguroso, por cierto. Pero de eso ya se ha ocupado con brillantez Marcel Gascón en su nuevo blog La música ligera. Todo el mundo ha visto los vídeos y y también que había manifestantes que no tenían ni edad de instituto, ni carnet de padre del más imberbe. Cuando el periodismo ha preguntado, ha dado por buena su respuesta: «Estoy aquí por solidaridad». El periodismo de alcachofa suele dar por válida, como las redes sociales, cualquier estupidez. Esa solidaridad puede embaucar a gente muy cabal. Aloma Rodríguez, por ejemplo, es de esas personas que no suelen pisar manifestaciones. Pero la consigna de llevar un libro a la del día 21 le pareció creativa y ocurrente, así que decidió escoger uno al azar y presentarse en Sol. Terminó su asistencia como finaliza su artículo:
A eso me refiero. La luz del eslogan y la oscuridad del contenido. El espectador enciende un día la televisión, ve algaradas y palos y se convierte en ciudadano cabreado, solidarizado y se manifiesta. Pero todo tiene un contexto, y ahí falla con frecuencia el periodista. Pero también el ciudadano. A priori, no parece que hubiera motivo para que la policía cargara contra los manifestantes. Sobre todo cuando, buscando solo un poquito, nos topamos con que en 2005 ya hubo cortes. No solo eso. A día de hoy, hay más institutos en la misma situación. Ya digo, tres minutos de Google:Cuando la manifestación cortaba Gran Vía, yo ya me había ido. Me fui a merendar un helado. Y a leer libros. No solo a lucirlos.
- Madroñera en Extremadura, con varias manifestaciones a sus espaldas y poca cobertura mediática. Llevan así mas de un mes.
- El Vicente Aleixandre de Sevilla, también en febrero.
- O el Instituto Jorge Juan de Alicante, el pasado enero.
vamos a seguir quemando las calles de Valencia.
Es decir, que si el comisario de la policía abre su bocaza para no desvelar sus fuerzas al enemigo, las pancartas se llenan de susodichos, pero nadie obliga al señor Ordoñez a dejar el mechero en casa. Tampoco hemos visto la condena a la izquierda más rancia, la del lenguaje de nuestros bisabuelos, por la instrumentalización política miserable de la situación de unos jóvenes sin calefacción en clase (que ahora, según parece, resulta sí tenían). No hemos visto la crítica a cómo un grupo de manifestantes se ha sumado a la protesta no por solidaridad, sino para reventarla por su causa, siempre de fin más noble y de más altos vuelos. Se ha criticado a la policía porque ha golpeado a menores con una fuerza brutal y desproporcionada, pero no se ha criticado a esos «trolls de manifa» que utilizan chavales para sus fines. Y no se les criticará porque actúan desde el púlpito de la superioridad moral que se otorgan al nombrarse defensores de los derechos ajenos pisoteados, estén o no pisoteados, sean o no derechos. Y es que, cada vez está más claro que no necesitan un motivo para manifestarse, sino una excusa.